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La infanta y el cardenal, de Ángel Alcalá, por Eloy Fernández Clemente

La infanta y el cardenal, de Ángel Alcalá, por Eloy Fernández Clemente
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Eloy Fernández Clemente escribe en el suplemento cultural Artes & Letras, de Heraldo de Aragón, sobre La infanta y el cardenal, novela histórica de Ángel Alcalá publicada por la editorial La esfera de los libros.

Ángel Alcalá presentó la novela el 17 de marzo en el Patio de la Infanta de Ibercaja (Zaragoza). Estuvo acompañado por la Librería París de Zaragoza. Junto a él se sentaron el catedrático e historiador Eloy Fernández Clemente; Teresa Fernández, directora de la Obra Social de Ibercaja; Honorio Romero, director de la Real Sociedad Económica Aragonesa de Amigos del País; Alfonso Sánchez Hormigo, presidente de la Sección Aragonesa de la Fundación Ernest Lluch; el periodista Juan Domínguez Lasierra, y Mercedes Pacheco, de La Esfera de los Libros.

Transcribimos:

El escenario de gran parte de la acción de esta novela histórica, de nuestro gran pensador Ángel Alcalá, es el maravilloso Patio de la Infanta. Es primavera alta, fines de mayo y comienzos de junio de 1805. María Teresa Ballabriga, viuda del infante don Luis de Borbón, hijo de Felipe V, acoge en su casa-palacio a una pareja de viejos amigos procedentes de la Corte, a los que se une un tercero, canónigo local, muy interesados en estudiar las circunstancias en que se produjo la dura privación de libertad de movimientos de su esposo, por el temor de su hermano el rey Carlos III a que éste exigiera sus derechos a reinar, dado que su hijo y heredero no podía legalmente hacerlo, pues había nacido en Nápoles.

Porque, se nos cuenta, «ver Carlos a su hermano Luis, ex clérigo, soltero, apuesto, elegante, disponible, independiente, riquísimo y en perfecta sintonía con los hombres de Estado que le acompañaban, reanudó en su ánimo la sensación de su constante amenaza a la sucesión de su propio hijo, el futuro Carlos IV».

Fuerza su boda, remedio a una hipersexualidad de quien fuera cardenal de niño y disoluto de joven: cuarenta y seis años el infante, ella apenas quince. El rey les obliga a vivir lejos, en Arenas de San Pedro, rodeados de una corte que, con sus familias, pasaban de doscientas personas. Y para el infante trabajan Mengs y sobre todo Goya. Y el violonchelista y compositor italiano Luigi Boccherini, su músico de cámara predilecto. María Teresa, muerto su esposo y también Carlos III, logró permiso para retirarse a Zaragoza, desde donde ha contemplado la boda de su hija María Teresa, Condesa de Chinchón, con Godoy, en 1797, o el ascenso en 1800 de Luis ya arzobispo de Sevilla a cardenal de Toledo, los mismos grandes privilegios que tuviera su padre. Y su casa, ya conocida como de la Infanta: «Nunca a lo largo de su historia milenaria albergó Zaragoza palacio alguno, ni museo, que ostentara tal cantidad y calidad de cuadros de firmas famosas».

Ella recordará que su esposo, «se dedicó a formar la que a su muerte era la más completa biblioteca privada de España, y él, sin duda, el miembro de la familia real más culto de su siglo y los siguientes. Su mente se abrió a ideas que no rechazaban la observación crítica ni las opiniones liberales en política, filosofía o religión, rozando incluso lo que se ha dado en llamar heterodoxia».

Y su amistad con Moratín, Cadalso, o Tomás de Iriarte, o sus vocaciones tardías, por las representaciones teatrales, el violín y al clavicémbalo, los salones de altas damas aristocráticas, la ópera italiana.

Por los escenarios zaragozanos discurren los personajes centrales, el entorno de la Infanta con divertidos «cameos» (el autor y sus amigos reales), bien trazados, llenos de vida, conversadores con agilidad y penetración, disfrutando de buenos desayunos, comidas, cafés, meriendas, y nosotros con ellos. La evocación del Infante es, con sus contradicciones, interesante, enigmática, importante para nuestra historia; sus poderes y riquezas hablan de un ya decadente Antiguo Régimen, aún casi feudal.

La novela es densa, muy bien escrita, de una pulcritud, una laboriosidad, una inteligencia, extraordinarias. Respeta cronologías, hechos, vidas, e introduce con delicadeza asuntos complementarios, novelescos, pero posibles, verosímiles. Es lo que esperamos y pedimos a una buena novela histórica, y esta lo es. Excepcional en muchas cosas.

ELOY FERNÁNDEZ CLEMENTE

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